Relato de pesca 11:Las golonas de Zirahuén
Rafael Malpica. Fotos: Alejandro Pérez Arteaga, Jonatán Malpica y RM/www.mexicoambiental.com.mx
Zirahuén, Michoacán, México, 27 de noviembre de 2010, http://www.mexicoambiental.com.mx.- El frío cala “bien y bonito”. Poco antes, desde la carretera, nos percatamos que un manto de niebla se tendía encima de campos de cultivo y bosques de pino y encino, y predecía un día de intenso sol y calor sofocante. Es humedad, apenas condensada, que proviene de los lagos de Pátzcuaro y Zirahuén.
Zirahuén, escrito en purépecha Ts’irauani, significa “lugar de aguas profundas”. Así me lo confirmó mi amigo Manuel Tzintzun, un historiador nicolaita de Santa Fe de la Laguna, aunque algunos textos dicen que su significado es “espejo de los dioses”. En cualquiera de los casos da lo mismo porque Zirahuén es un lugar donde bien podrían haber nacido deidades del panteón purépecha y aquí la profundidad máxima registrada es de 45 metros, bastante más que cualquier cuerpo de agua del Altiplano Central Mexicano.
Y hasta aquí llegamos Alejandro Pérez Arteaga, mi hijo Jonatán y yo. Mario Gutiérrez, el doc, y su hijo Mario Jr. nos alcanzarían un poco más tarde. Nuestra base de operaciones es el faro, donde estacionamos y empezamos los preparativos de la lancha inflable y el kayak para lanzarnos de inmediato a navegar en busca de las golonas. ¿Base de operaciones? No. En realidad es una pendiente menos pronunciada que permite bajar de la carretera restaurada hasta llegar a una pequeña planicie de pasto y lodo donde los lugareños llevan el ganado a beber y donde un poco más allá, hacia las piedras, esto se convierte en lavadero comunal.
Zirahuén, escrito en purépecha Ts’irauani, significa “lugar de aguas profundas”. Así me lo confirmó mi amigo Manuel Tzintzun, un historiador nicolaita de Santa Fe de la Laguna, aunque algunos textos dicen que su significado es “espejo de los dioses”. En cualquiera de los casos da lo mismo porque Zirahuén es un lugar donde bien podrían haber nacido deidades del panteón purépecha y aquí la profundidad máxima registrada es de 45 metros, bastante más que cualquier cuerpo de agua del Altiplano Central Mexicano.
Y hasta aquí llegamos Alejandro Pérez Arteaga, mi hijo Jonatán y yo. Mario Gutiérrez, el doc, y su hijo Mario Jr. nos alcanzarían un poco más tarde. Nuestra base de operaciones es el faro, donde estacionamos y empezamos los preparativos de la lancha inflable y el kayak para lanzarnos de inmediato a navegar en busca de las golonas. ¿Base de operaciones? No. En realidad es una pendiente menos pronunciada que permite bajar de la carretera restaurada hasta llegar a una pequeña planicie de pasto y lodo donde los lugareños llevan el ganado a beber y donde un poco más allá, hacia las piedras, esto se convierte en lavadero comunal.
La verdad es que Alejandro y Mario tienen ya algunas buenas jornadas de pesca aquí y los conocen bien. De hecho, nada más parar su camioneta Alex, Silviano y Junior, dos muchachitos de 9 y 13 años respectivamente, salieron Dios sabe de dónde a darnos la bienvenida. Para nosotros es la segunda expedición y ya las cosas mejoraron. Por lo tanto es, oficialmente, nuestra base de operaciones de pesca de lobina en Zirahuén.
La jornada fue excelente. De hecho desde el jueves por la tarde Alejandro me comentó que tenía una sensación muy clara de tener un buen día de pesca el fin de semana. Jonatán incluso posteó a las 5:45 de la mañana de hoy en su cuenta de Facebook que iba en busca de una golona. Y así fue. No perdimos tiempo en lanzar en las riberas como el sábado pasado sino que de inmediato nos fuimos a uno de los puntos perfectamente identificado por el Geothyplis. Prácticamente al primer lance de Jonatán de su arreglo Texas se prendió la lobina número uno de las 19 capturadas al final del día.
— Ya está, gritó emocionado Jonatán mientras me urgía a preparar la red. Tres o cuatro acometidas de la Micropterus salmoide hicieron rechinar la bobina y doblar la Kystler medium. — Tranquilo, Jona, tranquilo. Trabájala despacio, recomendó Alejandro que estaba apenas unos metros más allá de nosotros. En cuanto vi asomar el lomo verde metí la red y allí estaba: Un precioso ejemplar de lobina negra de 1.270 kilogramos. Una pequeña golona que es ya el récord de Jonatán, y cuyo peso constató Alejandro con su báscula.
En ese punto Mr. Kayak capturó también una “pequeña” lobina de 750 gramos con un jig y trailer. Poco después llegaron en su bote de aluminio el doc Mario y su hijo quienes venían de “peinar” la orilla donde el junior hizo una captura y él perdió una más.
Casi al medio día nos desplazamos al segundo sitio que ya habíamos definido con anterioridad, aunque aquí la profundidad es mayor, lo que nos hizo batallar un buen rato con nuestra línea del ancla. Aquí, Alex insistió con su colección de swimbaits y no pasó mucho tiempo para que desde lo más profundo se trajera una hermosa lobina; una golona de 2.230 kilogramos que por poco rebasa su mejor registro en estas aguas verdes y claras de Zirahuén.
El pez no dio mucha pelea. — Casi como peso muerto, comentó Alejandro mientras sacaba las fotografías donde se aprecia el gran señuelo azul. Antes de liberar al gran pez, pude revisarlo con mayor detenimiento y apreciar así el abultado vientre debido a la maduración de las gónadas y el enrojecimiento y leve hinchazón de su orificio anal, una clara señal que la lobina era una hembra en época de reproducción. Debido a la diferencia de presión, los ojos estaban algo saltados. Con un cursillo rápido de Alejandro, pude meter la jeringa y liberar el exceso de gas acumulado en su vejiga natatoria. Más tarde Alex la devolvió a su nicho.
De allí en adelante Alex y los Mario´s se lanzaron hasta Agua Verde mientras Jonatán y yo regresamos al primer punto donde insistí con plásticos en Waky y Texas. Después de un rato una lombriz montada en jig head y recuperada a pequeños jaloncitos me dio una lobina de dimensiones “umecuarianas”. Mi primera Micropterus de Zirahuén.
Hacia las seis de la tarde, el viento frío que bajaba por las laderas erosionadas y los manchones de bosque perturbado nos hizo notar que era hora de concluir. A lo lejos vimos las siluetas de las embarcaciones en retorno, en tanto Jonatán tecleaba en el celular para “postear” en su Facebook la captura de su bocona.
El resultado final es profundamente prometedor. Veinte lobinas entre los cinco, y dieciséis de ellas con tallas de registro para torneo oficial. Alejandro Pérez con su golona de 2.230 kilogramos, una de 750 gramos, tres más que superaban los 500 gramos y dos “llaveritos”. Jonatán una de 1.270 kilogramos. Mario Jr. un ejemplar de 800 gramos y cuatro más de medio kilogramo cada una. Mario Gutiérrez una de 600 gramos y cinco más de alrededor de 500 gramos. Y yo una pequeña que seguramente rondaba los 200 gramos.
En silencio, regresamos a la orilla. La quietud de la tarde en este pedazo de Michoacán nos llena la vista y nos tranquiliza el alma. Uno a uno saltamos a tierra y empezamos a guardar los arreos y montar las embarcaciones en las camionetas. El silencio persiste. A pesar de la violencia ligada al narcotráfico, la tranquilidad de la provincia michoacana indica que ninguno de nosotros nos equivocamos en elegir esta tierra como segundo terruño. Y es completamente cierto. Es cuanto.